
Pero entonces ese pequeño príncipe fue creciendo, y se tuvo que enfrentar a la vida. Descubrió que la vida está llena de ironías, contradicciones y mentiras. Que lo que la gente dice y lo que la gente hace no es lo mismo. Que lo que queremos y lo que necesitamos suelen ser cosas muy diferentes. Y que la gran mayoría de las personas exigen aquello que no son capaces de ofrecer a cambio.
Llegó un momento en el cuál el príncipe se sintió inadecuado, poco valioso, poco merecedor de estar al mismo nivel que esas princesas que solía poner en un gran y frágil pedestal de cristal. Se veía a si mismo como un feo monstruo sin virtudes ni atractivo. Y precisamente admiraba a aquellos estúpidos sapos que por su simple atractivo se mostraban orgullosos, arrogantes, seguros, confiados... "Ojalá algún día yo logre comportarme como ellos. Ese debe ser su secreto."

Y sin darse cuenta se volvió un hombre. Un fiero, pero pacífico guerrero. Un sabio, capaz de aprender de su propia experiencia y de la de los demás. Un líder, más interesado en alcanzar sus objetivos que en ser el centro de atención. Y tomó algunas decisiones importantes. Como ser él mismo siempre, ante todo y a pesar de todo. Como no engañar a la gente, pero sobre todo nunca engañarse a si mismo. Como intentar siempre ser una mejor persona, en crecimiento constante, y nunca dejarse caer en la mediocridad.

Y una, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra vez más creyó encontrar a su princesa, sólo para descubrir que se había equivocado. En algunas ocasiones simplemente no eran uno para el otro, en otras pudo más el miedo, el egoísmo, los prejuicios, la inmadurez y la mediocridad. Sin embargo, al final el príncipe supo salir adelante y sacar provecho de las situaciones.
Por desgracia, tal búsqueda le permitió descubrir mucho más de si mismo de lo que había pensado. Ahora sabía qué era. Qué necesitaba. Qué quería. Y se volvió selectivo. Muy selectivo. ¿Para qué buscar princesas en castillos que de antemano sabía no contenían aquello que buscaba?

Y entonces el príncipe se dio cuenta de cuánto había cambiado. Ahora era un hombre muy diferente de la gran mayoría. Ecléctico, auténtico, original, diferente, loco. Caballeroso y descarado a la vez. Empático y temperamental. Sincero y reservado. Misterioso y sencillo. Sensual y espiritual. Impulsivo y racional. Paciente y directo. Romántico y realista. Y sin darse cuenta adquirió esa aura de seguridad, tan fácilmente confundida con arrogancia, egolatría o manipulación. Precisamente aquella apariencia que codiciara de pequeño, pero con un gran fundamento y justificación por debajo de la superficie.
Había entendido que se podía ser Noble sin ser Inocente, y que el verdadero Amor tenía que ver con querer lo mejor para la otra persona sin perderse a uno mismo ni ser Egoísta.
La sombra es el punto intermedio ente luz y oscuridad. No hay sombras sin luz, como tampoco existen en la oscuridad. Límite entre la cordura y la pasión, entre el cambio y la estabilidad. Yo soy el Príncipe de las Sombras. Permite que la noche nos cubra con su eterno manto, y la luna ilumine nuestros antiguos y devastados caminos. Ven a mí y encuentra la luz de mi oscuridad.

Esta historia aún se encuentra inconclusa, pero tal vez algún día haya otra parte, en la que el pequeño príncipe encuentre su tan esperado final feliz. O quizá sea más adecuado decir que encontrará un nuevo inicio para otra historia compartida.
1 comentarios:
Demente, loco , no eres normal, je eres mejor que un normal, muy bonita historia que anhelosamente quiero ver el final, lo esperare.
Saludos!!!.
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