enero 25, 2011

Dime cómo sí

En general es muy fácil decir cómo no.

"No puedo ir porque tengo otros compromisos importantes." "No puedo ayudarte porque no cuento con las herramientas necesarias." "No podré terminar a tiempo porque tengo muchos pendientes que cumplir." "No lo podré comprar porque no me alcanza el dinero." "No tiene caso que salgamos, porque no tenemos nada en común."

Decir cómo no es requete-fácil, ¿no? Cualquiera puede dar excusas, justificaciones, peros, condiciones. Siempre podremos encontrar razones por las cuales es mejor posponer (o incluso abandonar) cualquier tipo de proyecto, idea, plan o situación. Y claro, tendremos la conciencia "tranquila", porque (después de todo) tenemos esa lista kilométrica de todos esos "cómo no".

La cuestión es que en la práctica comenzar a pensar y explicar todos esos "cómo no" es en realidad una grán pérdida de tiempo.

¿De qué sirve quejarse? ¿Se solucionaron los problemas? ¿Mejoró la situación? ¿De verdad para poder hacer las cosas tendremos que esperar que la vida mágicamente nos solucione los problemas como por arte de magia? ¿Que los astros se conjuguen para que finalmente todo sea miel sobre hojuelas sin tener que esforzarnos en lo más mínimo?

Pues no. Al final quedamos igual que al principio (o peor).

Por el otro lado, buscar esos "cómo sí" es mucho más complicado. Implica (para empezar) ponerse a pensar en las cosas. Observar, analizar, comprender, estudiar, aprender, discriminar, usar nuestro criterio y experiencias. Y, por supuesto, la gente no piensa. O, por decirlo más adecuadamente, no les gusta pensar.

Implica un esfuerzo por encontrar soluciones a los problemas, y no peros o excusas para justificar la falta de resultados.

Y al final lo que importa son los resultados, no qué tan bien puedas explicar las mil setecientas cuatro razones de por qué no fue posible, deseable, realizable o práctico. Al final no importa el por qué no.

Y la psicología del asunto es muy curiosa, porque la mente humana funciona de una manera muy particular. Las palabras verdaderamente tienen mucho poder.

Cuando encuentras tu "cómo no", en realidad te estás dando permiso para fallar. Digo, tienes razones, ¿no? Ese "cómo no" es poderoso, lógico, obvio, llamativo... No es que tú no puedas o quieras, es que las circunstancias te lo impiden. En realidad sería prácticamente imposible, desgastante e infructuoso siquiera intentarlo. Pues mejor nos lo ahorramos y no hacemos ningún esfuerzo en vano, ¿no crees? ¿Y quién te puede culpar entonces por ni siquiera intentarlo?

Y la gente se predispone. Su mente se cierra a considerar siquiera la existencia de otras posibilidades alternas, otras rutas más prácticas o cortas, de posibles soluciones a todos esos problemas y complicaciones... (Y ya ni siquiera hablemos de la gente que realmente quiere decir que no, pero no se atreve, y por eso prefiere poner cuanta excusa le viene a la mente...)

Porque en realidad es bastante más cómodo y sencillo quedarse en lo conocido, en lugar de explorar y considerar lo desconocido. Cómodo, pero mediocre y poco efectivo. Y la gente se queda estancada, con las excusas perfectas pero muy pocos resultados.

¿Qué pasaría si, para variar, en lugar de ponerte a describir todas esas terribles, complicadas y muy lógicas razones de por qué no, mejor le dedicas unos cuantos minutos a pensar en mejores formas de como sí se podría lograr aquello que deseas?

Así, sin estar provocando que las paredes se vuelvan más altas e infranqueables. Al contrario, buscando las puertas, las ventanas... ¡Demonios! Al menos un punto de apoyo desde el que sea un poco más sencillo escalar la pared...

Intenta hacerlo la próxima vez. Cuando te enfrentes a un problema, una dificultad, una situación donde la vida se te complique. Cuando te descubras explicando por qué no podrás, date un par de minutos de descanso. Respira, tómate un cafecito, distráete un rato pensando en otras cosas... Y entonces regresa a pensar, pero esta vez concéntrate en buscar la mejor forma de que sí se logren las cosas.

No me digas cómo no. Dime cómo sí.

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