enero 26, 2011

Para comerte mejor...

Disclaimer: Este pequeño relato se sale bastante de lo que comunmente publico por acá. (Ojo, que esto no es apto para todo público. Menores de edad y personas de poco criterio, favor de cerrar la página.) Resultado de estar jugando "Verdad o Reto" con una querida amiga bloguera.


La gente se me queda viendo al ir caminando por la calle. Una sonrisa aparece en mi rostro cuando pienso que lamentablemente no se debe a mi elegante traje, mi porte galante y mi andar decidido. No, en realidad se me quedan viendo por el antifaz lupino que llevo sobre el rostro.

Llego al lugar indicado y espero... No por mucho tiempo. Tras unos cuantos minutos, te veo aparecer a la distancia. Y no soy el único que te nota inmediatamente. Es difícil no notarte con ese encantador atuendo.

La falda suficientemente corta como para despertar la imaginación, pero no lo suficiente como para mostrar más de lo debido. Un corset de cuero negro que en otras condiciones desentonaría con ese aire de inocente ignorancia que muestras. Una pequeña capa cubriendo tus de otra forma desnudos hombros...

No soy el primero en abordarte. No me sorprende, pero tampoco me preocupa. No tengo prisa. Un cazador acechando a su presa debe saber mantener la paciencia. Y yo conozco muy bien a esta presa. Se ha tardado más en comenzar a hablarte que tú en rechazarlo.

La escena se repite un par de veces más. Si no te conociera mejor, casi me atrevería a decir que comienzas a impacientarte. Pero todo es parte del juego. Todo lobo feroz debe saber esperar hasta el momento adecuado antes de atacar.

Finalmente me acerco un poco más, para que me descubras por ti misma cuando comiences a observar tus alrededores con algo de nerviosismo. Calculé bastante bien tu paciencia, pues apenas han pasado unos segundos cuando precisamente volteas en la dirección en que yo me encuentro. Nuestras miradas se cruzan por un momento, y puedo sentir el fuego que oculta tu neutral expresión.

Despreocupadamente me das la espalda, y con un suave y fluído movimiento levantas la capucha de tu pequeña capa de seda roja. Esa es mi señal.

"Es una buena noche para celebrar el Halloween, ¿no lo crees así?"

Me volteas a ver con ese gesto inocente y dulce que tan bien sabes hacer cuando quieres. Te ves tan vulnerable y seductora que me cuesta un poco de trabajo mantener la compostura.

"¿Y qué hace una chica tan hermosa como tú sola en un lugar como este? ¿Es que te diriges a una fiesta de disfraces y has perdido el camino?"

"No. En realidad voy a visitar a mi abuelita enferma, que me espera para cenar."

"No te entretengo más entonces... Quizá quieras seguir caminando por la avenida. Está mejor iluminada y quizá sea el recorrido más largo, pero es el más seguro para ti."

"Gracias, amable señor." El candor de tu sonrisa me quita el aliento. Qué ganas tengo de morder esos labios rojos y encantadores.

Me alejo sin voltear a verte una vez más. Ya podré verte a mi antojo más adelante. No he dejado mi auto muy lejos de ahí, así que en muy poco tiempo ya me encuentro manejando rumbo a tu departamento.

Como era de esperarse, llego mucho antes que tú. Abro usando mi llave y me pongo cómodo en tu agradable sala. Para el momento en que finalmente llegas, yo ya me he tomado la libertad de servirme una copa de vino, rojo como la sangre.

En cuanto entras, me buscas con la vista. Cierras la puerta y te recargas en ella con suavidad. "Hola, abuelita. Perdona que llegara tan tarde, pero el camino era largo y este par de tacones me están matando..."

"No te preocupes, hijita. La espera valió la pena. Ahora acércate a la luz, para que te pueda ver mejor."

Caminas hacia mí, manteniendo tu expresión de niña arrepentida, pero el vaivén de tus caderas me asegura que disfrutas de la atención que estoy poniendo a cada uno de tus movimientos. En verdad ese atuendo te sienta mejor que bien.

Permanecemos muy quietos por unos cuantos minutos en ese silencio tenso, pero cómodo. Finalmente vacío mi copa y apoyo la barbilla en mis manos entrelazadas. Muero por tenerte, pero no seré yo quien tome la iniciativa en esta ocasión. Te observo con intensidad, rápidamente provocando que desvíes la mirada. (Sé que en el fondo te enciende que siga siendo capaz de intimidarte cuando me lo propongo.)

"Ay, abuelita, pero qué ojos tan grandes tienes."

"Son para verte mejor, hijita."

Mi sonrisa te alienta a seguir, sintiéndote segura de que he entendido cuál es el juego que propones.

Lo primero que te quitas son esos tacones rojos, que tan bien hacen lucir tus piernas. Una lástima, pero el ver cómo te quitas las medias con lentitud lo compensa por completo. Luego sigue el corset, aunque es una operación lenta y un poco complicada. Estoy por preguntarte si necesitas algo de ayuda cuando tu blusa blanca cae al suelo, seguida por esa pequeña falda que tantas miradas ha captado un rato antes.

Suspirando con gozo, me quito el antifaz de la cara. Tú te colocas peligrósamente cerca, diciéndome casi al oído: "Pero abuelita, qué manos tan grandes tienes."

"Son para abrazarte mejor, hijita."

Mis manos se posan en tu cintura, y tú reaccionas con un respingo de fingida sorpresa. Intentas alejarte de mí (sin mucha convicción real, lo sé), pero yo lo impido. De hecho, te jalo hacia mí, haciendo que pierdas el equilibrio y caigas sobre mí.

Aspiro el delicioso aroma de tu perfume, mientras tú te acomodas, colocándote sobre mis piernas frente a frente. Tú pasas tus manos por mi pecho, mientras yo te acaricio con calma, llendo de tu cintura hasta los hombros, y luego bajando hasta el punto en que la espalda pierde su nombre.

"Abuelita, qué traje más elegante tienes."

"Es para entrar en calor, hijita."

Tus manos son rápidas para quitarme el saco, la corbata, la camisa... En realidad me parece justo, pues yo sigo vestido mientras que a ti sólo te cubre ese refinado juego de lencería que tanto me gusta.

Cuando peleas contra mi cinturón, intentando quitármelo de una vez, yo paso mis uñas por toda tu espalda en un sólo y firme movimiento. El gemido que te arranca la sorpresa logra que yo me relama los labios con placer.

"Uff... Abuelita... Qué hermosos labios tienes."

"Son para besarte mejor, hijita."

Te lanzas hacia mí con un poco de furia. Nuestras bocas se funden, mientras nuestras manos activas juegan, exploran, reconocen. Creo que deberíamos ser felicitados por lograr quitarnos toda la ropa sin haber dejado de besarnos un sólo momento.

Sólo me alejo un poco para disfrutar de tu desnudez, para después comenzar a besar tu cuello y hombros. Lentamente paso mi lengua por tu cuerpo hasta detenerme en el centro de tus pechos. Tú me abrazas la cabeza con fuerza y me aprietas contra ti con un poco de desesperación.

Te beso los senos mientras mis manos continúan con su tarea de acariciar cada milímetro de tu piel. Tus costados, tus caderas, tus muslos... Deteniéndome apenas a unos centímetros de tu centro. Tú no me dices nada, pero tu respiración agitada me indica que no necesito tocarte para saber que hemos alcanzado la gloriosa humedad.

Comienzo a soplar con suavidad, y el efecto de mi aliento y la saliva en tu piel te provoca un incontrolable escalofrío. Y justo cuando el espasmo ha pasado, te tomo de la espalda, te jalo hacia mí con fuerza y acerco mi boca a tu cuello una vez más.

Tú esperas mis labios, mi lengua... Pero te encuentras mis dientes. Te muerdo con suavidad, pero firmeza. Y voy apretando la delicada piel apenas lo suficiente como para que te duela, pero no te lastime. Puedo sentirte vibrar.

Cuando ya no puedes más, te incorporas de golpe, tu pecho subiendo y bajando con violencia al ritmo de tus jadeos. Me miras directo a los ojos, totalmente excitada.

"Abuelita." Te muerdes los labios. Sufres, pero me sigues haciendo sufrir a mí también. "Pero qué dientes tan grandes tienes..."

Mi sonrisa es amplia, cruel, sarcástica, retadora. En realidad me cuesta bastante trabajo contener un ataque de risa. Eres mía. Totalmente mía. Y tú lo sabes y lo disfrutas.

Tu respiración se ha calmado, pero la expresión de tu rostro ha pasado del placer a la desesperación. Tu mirada lo dice todo. Odias que te haga tener que esperar.

"Para comerte mejor..."

Te cargo en el aire, y de un sólo movimiento te coloco sobre el sillón. Con anticipado gozo voy besando cada parte de tu cuerpo, y finalmente llego a mi meta. Esa hermosa flor carnosa, suave, cálida y exquisita. Olfateo tus olores femeninos mientras mis labios acarician el área circundante.

Y finalmente mi lengua toca el punto exacto.

Mis movimientos adoptan el ritmo de tu respiración. Mis caricias siguen la frecuencia de tus jadeos. Tu espalda se retuerce, y mi lengua trabaja incansablemente. Muy pronto he logrado que grandes gemidos escapen de tu boca. Los gemidos terminan por convertirse en gritos.

Es complicado resistir la risa. Pero si a ti no te importa que los vecinos nos escuchen, a mí me debe importar muchísimo menos.

Conozco cada uno de tus rincones, de tus puntos vulnerables, de tus movimientos favoritos. Y con un pequeño empujón final logro hacerte caer del filo del abismo.

Tus gritos extinguidos, tu espalda tensa, tus uñas clavadas en mis brazos, tus piernas apretando con fuerza mi cabeza.

Eres mía. Mi presa. Mi alimento. Mi amante.

Te he regalado una pequeña y placentera muerte. Te acurrucas sobre mis piernas, recuperando el aliento, relajando tus tensos músculos, mis manos acariciando tu cuerpo... Y me miras directamente a los ojos. Sin desviar la vista. Sin intimidarte. La mirada de cándida inocencia perdida tras tu tan esperado orgasmo.

Y sonríes. Oh, cómo sonríes.

Fuiste mía. Pero ahora es mi turno. Ahora serás tú la que me complazca, me posea, la que tenga el control. El cazador se convierte en la presa.

Y yo no podría ser más feliz.



Reto cumplido.

1 comentarios:

Maité dijo...

Carambas, Lobo. Sin duda alguna, los locos hemos de abrir los senderos por los que los cuerdos han de caminar. Sin una buena imaginación, todo estaría perdido.

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