
Lo irónico es que la gran mayoría de las personas precisamente prefiere caminar a ciegas, tropezando y echándole la culpa a los obstáculos (y no a su propia falta de visión).
¿Qué quieres? Pequeña y sencilla pregunta, de larga y complicada contestación.
Porque es tremendamente fácil saber lo que uno NO quiere, pero por lo general definir lo que sí ya se pone color de hormiga.
Claro, habrá casos específicos en donde sepas inmediatamente qué quieres. ("Quiero ir al baño.") Otros que para algunos sean más complicados que para otros. ("¿Helado de fresa o de chocolate?") Y algunos que terminan representando todo un gran logro, y hasta un parteaguas de esos que cambian vidas. ("¿Ya decidiste cuál es tu vocación verdadera?")
En general, decidir es fácil cuando tus opciones son limitadas. O quieres esto o quieres lo otro. No se puede tener todo a la vez. Y a menos que seas muuuuuuy indeciso (o que sientas que después te podrás arrepentir mucho de haber tomado la decisión equivocada), lo normal es que sólo te tome unos momentos pensar en las opciones y saber qué es lo que quieres.

Definitivamente la peor de las situaciones es cuando ni siquiera sabes cuáles son las opciones que tienes. Hay que saber qué es lo que quieres de la nada, sin referencias y tratando de evitar el riesgo de que después no resulte ser lo que pensabas o esperabas... Uff... Qué pesado. ¿Pero te cuento un secreto? En realidad este tipo de situaciones no existen en la práctica. Siempre se trata de la opción anterior, aunque los diferentes caminos por tomar no sean tan obvios y definidos en un principio.

Por poner sólo un ejemplo... ¿Quieres ser feliz? ¡Perfecto! Específicamente hablando, ¿qué te hace sentirte feliz? ¿Cómo puedes lograr tener más seguido y regularmente esas cosas que te hacen feliz? ¿Qué precio estás dispuesto a pagar a cambio de esa felicidad?
Y, por supuesto, lo ideal es no escribir los planes sobre piedra. Nadie es perfecto, y puede que conforme vayamos creciendo, madurando y experimentando cosas nuestra percepción del mundo cambie. Y nuestro contexto y condiciones definitivamente cambiarán. Quizá cuando logre eso que pensaba que me haría feliz, resulta que no lo hace tanto... Pues eso pasa, y muy seguido. ¿Qué hacer entonces? ¿Aferrarse a las ideas que uno tiene, aunque eso te arriesgue a ser infeliz?
Ya tienes la meta. ¿Qué vas a hacer para llegar a ella? Y, en determinado momento, es mucho más importante enfocarse en esa meta, y no tanto en el camino a seguir. Lo que importa son los resultados, no cómo llegues a ellos. Como ya ponía como ejemplo antes, ¿qué sucede si el camino que elegiste no te está llevando a esa meta que querías? ¿Importa más mantenerte en el mismo camino (por orgullo, necedad, miedo o lo que sea) que corregir el rumbo e intentar por otro camino?

En fin...
¿Qué quieres? De la vida. A la larga. Para ti. En todos sentidos. No es cuestión de "egoísmo", sino de prioridades y objetivos.
Eso sí, estamos hablamos de algo grande, a lo que puedas dedicar tu existencia. No algo que una vez que "ya cumpliste" te deje sin razón para vivir. ¿Y sabes que es lo peor de todo? Que precisamente la idea es que esa meta final, ese "quiero" más grande, sea inalcanzable. Porque siempre se puede ser más feliz, rico, sabio, popular, acomodado, admirado...
Y aquí el secreto es aprender que lo divertido y lo valioso es el camino en sí, y no de la meta como tal. Lo importante no es ponerle palomita en la lista del super, sino usarlo como brújula con la cuál orientar el viaje y comenzar a disfrutar del paseo.
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